‘- por Ambrosio de Milán (337-397 AD)
El diablo demuestra simultáneamente su debilidad y su maldad.
El es incapáz de hacer daño a nadie que no se haga daño a si mismo. De hecho, cualquiera que niegue el cielo y escoja la tierra, es como si corriera hacia un precipicio, a pesar de que corre por su propia voluntad.
El diablo, sin embargo, empieza a trabajar apenas ve que alguien empieza a poner en práctica los compromisos de la fe, alguien que tiene una reputación de virtud, alguien que hace el bien.
El intenta escabullir la vanidad en el, para hacer posible que se hinche de orgullo, que se haga pretencioso, que pierda la confianza en la oración y no le atribuya a Dios todo el bien que el hace sino que asuma todo el crédito para sí mismo.
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Tomado de ‘Serie de Lecturas de los Padres de la Iglesia sobre el Maligno’ en la edición de Julio/Agosto 2011 de El Baluarte Viviente. Usado con permiso.