– por David Quintana
No sé cómo alguien podría sobrevivir sin esperanza. Me parece que la desesperación es una de las condiciones más tristes (aunque supongo que debe ser peor tener la esperanza en algo equivocado).
No estoy hablando de la esperanza superficial – esa “esperanza” que solo significa “desear” o “querer mucho” alguna cosa. Estoy hablando de la esperanza cristiana, la esperanza de Cristo. La Esperanza de que Cristo va a regresar, de que Dios cumplirá sus promesas, de que el Reino de Dios se establecerá por completo finalmente. Estoy hablando de poner tu confianza en una promesa segura y certera – de ver la esperanza como un “ancla para tu alma” anclándonos al mismísimo cielo (donde Cristo, nuestra esperanza, ha ido delante de nosotros a prepararnos un lugar).
Nosotros los cristianos debemos ser prisioneros de la esperanza, ser cautivos de la esperanza y nunca ser retenidos por la desesperación. Vivimos, entonces, en expectativa confiada de una esperanza sin mancha, que no se corrompe ni se marchita.
¡Qué pongamos nuestra esperanza más completamente en Dios y en la venida de su Reino en este tiempo, y que esta esperanza sea como un arma en nuestras manos para abatir toda duda o desesperación que pueda presentarse ante nosotros!
Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. (Hebreos 6:19-20 NVI)
David Quintana es un anciano de los Siervos de la Palabra, una hermandad misionera de hombres que viven solteros para el Señor. Tomado de Daily Meds from the Q Source. Usado con permiso.