Mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. (Tito 2:13)

– por Dr. John Yocum

Los tiempos venideros
El Adviento es el tiempo en el que los cristianos se enfocan en el retorno del Mesías y el día en que vuelva en gloria. Este es el día en que “los tiempos venideros” finalmente llegarán y los santos entrarán en la vida celestial: “Mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. (Tito 2:13)

Sin embargo, para ser honestos, esa esperanza a veces pareciera menos bendecida de lo que quisiéramos admitir. Tengo una amiga que, en su honestidad, a veces tiene miedo de que no va a disfrutar mucho la vida celestial. El pensamiento de un tiempo eterno de culto no le es muy atractivo.

Su recelo se alimenta de la noción de que los tiempos venideros serán como nuestra experiencia de las cosas ‘espirituales’ que hacemos en esta vida, pero más largas. Pero los tiempos venideros serán no la eliminación, sino la re-creación de todo lo que hay en esta vida. No será una experiencia más angosta, sino una más amplia y más plena de todo el bien que hay en el mundo, como lo conocemos, sin ninguno de los efectos del pecado. Nosotros mismos seremos cambiados (1 Corintios 15:52).

El mundo actual está, a menudo, en desacuerdo con la intención de Dios, e incluso algunas cosas buenas que Dios creó para que las disfrutáramos pueden seducirnos para alejarnos de Él. Cuando estoy en oración profunda, normalmente cierro mis ojos porque las cosas a mi alrededor me distraen.

La presencia gloriosa de Dios: magnificada
En los tiempos venideros, lo que veamos y escuchemos no nos distraerá de la presencia gloriosa de Dios. Más bien, la magnificarán.

Isaías describe ese tiempo:

Se alegrarán el desierto y el sequedal;

se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán.

Florecerá y se regocijará: ¡gritará de alegría!

Se le dará la gloria del Líbano, y el esplendor del Carmelo y de Sarón.

Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.

Fortalezcan las manos débiles, afirmen las rodillas temblorosas;
(Isaías 35:1-3)

Todo florece; todo cobra vida en esta visión de Isaías. El polvoriento y hostil desierto da lugar a los riachuelos que fluyen y los manantiales que burbujean. Las flores surgen en el desierto. La naturaleza misma canta. Todo el mundo está vivo con la gloria de Dios, y da testimonio de su majestad.

En El Gran Divorcio, C.S. Lewis describe un viaje en autobús cósmico desde un lúgubre infierno gris a un cielo que estalla en color. Cuando los pasajeros se bajan, descubren que es una tierra más colorida, más sustancial. La luz es casi cegadora al principio. Las hojas del césped son como agujas para sus tiernos pies. El guía que conduce a los viajeros en un recorrido por la nueva creación les explica que el cielo es más brillante, más firme, más sólido, porque es más lo que debe ser que lo que sabemos ahora. Para encajar, los peregrinos en la historia de Lewis deben convertirse en la gente que se supone que deberían ser. Aquellos que escogen permanecer en la tierra celestial deben pasar por un período de ajuste, quitándose todo aquello que sea débil o deforme, para poder ponerse lo que es fuerte y noble. Se hacen como reyes y se dignifican porque no se supone que solo vivan en el nuevo mundo, sino que reinen en él (Apocalipsis 22:5).

Ese ajuste que Lewis describe creativamente refleja el entrenamiento que debe ocurrir en esta vida, según Pablo. Al reflexionar en sus dificultades, Pablo dice: “Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (2 Corintios 4:17). La palabra hebrea para ‘gloria’ significa ‘peso’. A pesar de que 2 Corintios está escrita en griego, el rabí Pablo probablemente tiene esta metáfora hebrea en mente. Esta vida – en especial sus dificultades, persecuciones y tentaciones – nos prepara para llevar una pesada carga de sólida gloria celestial. La carga, podríamos decir, de reyes y reinas.

Una vida de entrenamiento para la gloria
Por medio de su Espíritu Santo, Dios está entrenando nuestros corazones, enseñándonos a apartarnos de nuestras pasiones pecaminosas y nuestras actitudes irreverentes, para que aprendamos a vivir por la verdad y a imitar el carácter propio de Dios (Tito 2:11-14). Como el entrenamiento de pesas o la terapia física, la disciplina puede ser dolorosa por tiempos y nos preguntamos si vale la pena.

Es por eso que Pablo dice que la vida de entrenamiento para la gloria es una en la que ‘no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.” (2 Corintios 4:18). Lo que Pablo quiere decir por ‘invisible’ no es ‘permanentemente invisible’ sino ‘que aún no podemos ver’. La gratificación pospuesta es parte de la esperanza cristiana.

Pero habrá gratificación en abundancia. Y no será más pobre, sino más rica que los placeres de esta vida. A fin de cuentas, vamos a necesitar cuerpos nuevos para poder hacerles frente. Vamos a necesitar equipo nuevo para manejar un voltaje más alto (Romanos 8:22-23). Algunas cosas en la vida nos cuestan porque nos cansamos, o nos enfermamos o nos da hambre. Aun cuando nuestro corazón está bien, nuestro cuerpo no siempre coopera. Nuestra debilidad corporal va de la mano con la corrupción espiritual del pecado. Algún día dejaremos todo eso atrás.

Mientras tanto, buscamos las cosas que aún no podemos ver; el día en que lo mortal será absorbido por la vida; cuando el cojo salte de alegría; cuando el mudo grite; cuando el sordo escuche la música celestial; cuando el ciego abra sus ojos y vea – junto con todos nosotros – la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.

Dr. John Yocum es un anciano en Los Siervos de la Palabra, una hermandad laica y misionera de hombres que viven solteros para el Señor y es un líder de la Comunidad Palabra de Vida en Ann Arbor MI, EEUU. Tomado de El Baluarte Viviente Edición Diciembre 2014/Enero 2015. Usado con permiso.