‘- por Juan Damasceno (392-379 AD)

La cabeza de la orden terrenal de los poderes angélicos, a quien Dios había encomendado la tarea de velar por la tierra, no era mala por naturaleza, no había recibido ni una traza de maldad de su creador. El era bueno.

Sin embargo, no mantuvo la luz ni el honor que Dios le había otorgado. Mediante un acto deliberado de su propia voluntad se rebeló contra su creador. Volvió su rostro lejos de su bondad y cayó en el mal. El mal, de hecho, es puramente la ausencia de bien, así como la oscuridad es la ausencia de luz.

Una hueste de ángeles puesta bajo su comando lo sugieron en su caída. A pesar de su naturaleza angélica, ellos también se lanzaron libremente de la bondad hacia el mal y se hicieron perversos.

Los diablos no pueden hacernos nada sin el permiso de Dios. Pero con el permiso de Dios, son poderosos. Toda maldad, todas las pasiones son inspiradas por ellos. Pero escuchen: Dios les permite sugerirle el pecado a una persona, pero ellos no pueden forzarla a hacerlo. Nosotros somos responsables de aceptar o rechazar sus sugerencias seductoras.

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Tomado de ‘Serie de Lecturas de los Padres de la Iglesia sobre el Maligno’ en la edición de Julio/Agosto 2011 de El Baluarte Viviente. Usado con permiso.