– por Cirilo de Jerusalén

El poder de la fe es enorme. Es tan grande que no solo salva al creyente: gracias a la fe de una persona, otros también son salvados.

El paralítico de Cafarnaúm no tenía fe. Pero los hombres que lo llevaron a Jesús y lo bajaron por el techo, sí tenían. El alma del enfermo estaba tan mal como su cuerpo. Esto queda claro en el evangelio: «Cuando Jesús vio su fe dijo… Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El evangelio no habla de la fe del paralítico sino de la de los que lo trajeron. Los que cargaban la camilla creyeron y el paralítico tuvo el beneficio de ser sanado gracias a ello. (Marcos 2:1-11)

Luego tenemos la muerte de Lázaro. Han pasado cuatro días. Su cuerpo ya ha empezado a descomponerse. ¿Cómo podría creer alguien que ya ha estado muerto por tantos días y pedirle él mismo al Salvador? No era posible, para él, hacerlo, pero sus hermanas aportaron la fe por él. Cuando encontraron al Señor, una hermana cayó a sus pies. EL preguntó «¿dónde lo pusieron?». La otra hermana dijo «Señor, para este momento ya dee oler mal». Entonces el Señor dijo «Si crees, verás la gloria de Dios». Es como si hubiera dicho «en cuanto a la fe, debes tomar el lugar del hombre muerto». Y la fe de sus hermanas tuvo éxito al llamar a Lázaro a regresar del más allá. (Juan 11:1-44).

Así que si estas dos mujeres, al tener fe en lugar de otro, pudieron asegurar su resurrección, ¿cuánto más podrás asegurarla por tí mismo, gracias a tu propia fe en Jesús?

Quizás tu propia fe es débil. Sin embargo, el Señor que es amor, se inclinará hacia ti, siempre y cuando seas penitente y puedas decir desde lo profundo de tu alma: «Señor, yo creo. Ayuda mi incredulidad». (Marcos 9:23).

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Cirilo de Jerusalén fue un distinguido teólogo de la Iglesia primitiva (c. 313 – 386 DC). Tomado de El Baluarte Viviente «Noticias de la Resurrección». Usado con permiso.