– por Ambrosio (339-397 DC)

El diablo no tiene una única arma. El utiliza diversos medios para vencer a los seres humanos: ahora con sobornos, luego con aburrimiento, después ataca con avaricia, incitando heridas físicas y mentales igualmente.

El tipo de tentación varía con los diversos tipos de víctimas. La avaricia es la prueba de los ricos, la pérdida de los hijos es la prueba de los padres y todos estamos expuestos al dolor del cuerpo o de la mente. ¡Cuán riqueza de armas hay a disposición del enemigo!

Fue por esta razón que el Señor eligió no tener nada que perder. El vino a nosotros en pobreza para que el diablo no encontrara nada que quitarle. Verás las verdad de esto al escuchar al Señor mismo decir:

«porque viene el príncipe de este mundo, y él no tiene nada en Mí» [Juan 14:30]. El diablo solo podía probarlo con el dolor corporal, pero esto también fue inútil pues cristo despreciaba el sufrimiento de la carne.

Job fue probado por sus propio bien, mientras que Cristo fue tentado, durante la experiencia del desierto, por el bien de todos. De hecho, el diablo le robó a Job sus riquezas y le ofreció a Cristo el reinado sobre todo el mundo. Job fue probado con la irritación y Cristo con premios. Job, el siervo fiel, replicó: «El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!» [Job 1:21] Cristo, consciente de su naturaleza divina, despreció el ofrecimiento del diablo de aquello que ya le pertenecía.

Así que no tengamos miedo de las tentaciones. En cambio gocémonos en ellas diciendo: «Cuando soy débil, es que soy fuerte». [2 Cor. 12:10]. 


Este artículo apareció en El Baluarte Viviente Edición de Febrero 2010. Usado con permiso.