En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes.

1 Pedro 3:8

Que el Dios que infunde aliento y perseverancia les conceda vivir juntos en armonía, conforme al ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y a una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios. 

Romanos 15:5-7

Comentario

Como en el pasaje de Lucas de ayer, los indiferentes pasan por encima de los que no son como ellos. Tal vez la indiferencia surja del simple aferrarnos a nuestro propio grupo , o de la educación, la historia o cosas parecidas. Para pasar a la aceptación -que es un paso pequeño, pero necesario, hacia la unidad- necesitamos ir más allá de la comodidad de estar viendo siempre al «otro». La aceptación significa que empezamos a reconocernos en aquellos a los que antes no teníamos en cuenta. Identificamos puntos comunes y creencias compartidas. Percibimos luchas comunes, alegrías, experiencias de Dios. Sobre todo, vemos la obra del Espíritu en sus vidas y en sus tradiciones.

La aceptación es un paso más que asciende en el poder de la humildad. Afirma que yo y nosotros no somos los únicos, ni los mejores, ni los siervos o hijos excepcionalmente favorecidos del Dios que tiene ovejas de muchos rebaños (Juan 10:16). Es una acogida a otros creyentes inspirada por Dios, como hijos adoptivos del Padre eterno. La aceptación acoge a alguien que es distinto a nosotros porque reconocemos que pertenecemos a la misma familia. La aceptación es esa primera declaración de que lo que nos une es más grande que lo que nos separa.

Intercesión

Padre celestial, nos has hecho hermanos en tu hijo Jesucristo. Te pedimos que, al compartir los bienes de nuestras tradiciones, crezcamos en el respeto mutuo y así avancemos juntos como verdaderos discípulos de tu hijo, nuestro Señor Jesucristo. Amén.