¿Hemos perdido nuestra habilidad de festejar?  
¿Qué podemos hacer para recuperar este importante aspecto de nuestra cultura Cristiana?

– por Bernhard Stock

Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo toda la labor que hiciera.  Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó. (Génesis 2:1-3a)

El origen de la fiesta
En el inicio de todo, vemos que Dios está activo, creando un vasto universo. Pero luego concluye su obra y establece un día de descanso (el séptimo día), el Sábado. Por supuesto que este no es el fin de la acción de Dios, como si después de esto se hubiera sentado a ver qué hace la humanidad con su mundo.

Esta idea de Dios como una deidad pasiva que no interviene con el mundo es, por cierto, una posición filosófica llamada Deísmo. Muchos cristianos aún piensan como Deístas, como si Dios no estuviera activo todavía – un mero principio filosófico. Pero Dios es un Dios vivo, que interviene, que actúa en nuestras vidas y nos habla.

Una interrupción gloriosa
Cuando Dios inauguró el Sábado, interrumpió su trabajo y estableció una fiesta. Así entonces también para nosotros, siguiendo su ejemplo, una verdadera fiesta es la que interrumpe nuestra vida cotidiana.

Para que se de una interrupción debe haber algo que interrumpir (las actividades cotidianas normales, el arduo trabajo, las preocupaciones de la vida, etc.) Solo podemos celebrar bien y disfrutar de la fiesta si es algo especial, algo apartado de la rutina diaria de la vida. Esto significa que para la sociedad actual, especialmente en el mundo occidental, nuestra capacidad de celebrar está en peligro. En un mundo donde casi todo es especial, donde podemos vivir en abundancia material, donde podemos tener casi todo lo que queramos, alguna gente, incluso, no necesita trabajar por ello; en un mundo así, nada es especial. ¿Podemos celebrar nosotros que somos ricos según los estándares históricos y actuales? ¡No!  Si nuestras vidas son una larga fiesta, a la larga se hacen insípidas, superficiales y aburridas.

A menudo escucho gente quejarse del trabajo que conlleva preparar una celebración (la decoración, cocinar) ¡pero esto es parte de la verdadera fiesta! Te produce tanto más gozo si al final de todo el trabajo puedes sentarte y ver a tu alrededor y decir (como dijo Dios): todo es muy bueno.

Raíces eternas en Dios
La Biblia también nos enseña que la verdadera celebración tiene su origen en Dios, tiene raíces eternas. De hecho, nosotros no podemos crear una fiesta verdadera. No podemos sentarnos y encontrar un motivo para celebrar y luego celebrarlo. Lo que causa una verdadera fiesta es que se nos ha dado. No es algo que alcanzamos por cuenta propia.

Las principales fiestas judías y cristianas tienen sus raíces en algo que Dios hizo: rescató a su pueblo de Egipto, les dio los mandamientos, envió a su hijo Jesús, resucitó de entre los muertos trayéndonos la promesa de nuestra propia resurrección en el. Podemos ver que cuando esas fiestas se van secularizando, pierden su origen eterno y su significado (algunas fiestas modernas no tienen un origen eterno), pierden su atractivo y se distorsionan y se pervierten.

Por ejemplo, la Navidad ya no es una celebración gozosa del nacimiento de nuestro salvador. Ha sido reemplazada por “la fiesta de la familia” o, aún peor, “la fiesta de los regalos” o incluso una “orgía del consumismo”. Cuanto más el hombre se celebra a sí mismo y sus logros (como las celebraciones masivas que muchos regímenes comunistas tienen cada año), tanto más esa fiesta es pura apariencia y no una verdadera fiesta.

Si una fiesta genuina necesita una causa eterna, los cristianos deberíamos ser expertos de la celebración pues tenemos más que suficientes razones para celebrar. Mi convicción personal es que si los cristianos aprendiéramos a celebrar bien, la gente de este mundo se daría cuenta y querría aprender de nosotros cómo celebrar las verdaderas fiestas, como la Navidad. El mundo ha perdido el arte de la celebración porque ha perdido la verdadera causa para celebrar.

¿Cómo debemos celebrar?

Después se presentaron Moisés y Aarón a Faraón y le dijeron: “Así dice el Señor, el Dios de Israel: deja ir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto”.  (Éxodo 5:1)

Una fiesta en el desierto
¿No es esto, acaso, sorprendente? Los israelitas habían sido un pueblo dominado por 400 años en Egipto, ¡y ahora le piden al Faraón que los deje salir para que puedan celebrar una fiesta para el Señor! Cuando Dios iba a liberar a su pueblo de la esclavitud les dijo que prepararan una fiesta

¿Qué podemos aprender de las escrituras sobre cómo celebrar bien, especialmente como familias? En el relato de la Pascua del Éxodo, podemos ver un modelo o un patrón de cómo Dios quiere que su pueblo celebre. La cena de Pascua (o Séder), que se celebra cada año en los hogares judíos, es conocida en la tradición judía como la fiesta de las fiestas porque celebra cuando Dios liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto.

Quiero ahora escoger tres elementos importantes sobre las fiestas para nuestra consideración: la conmemoración, la acción de gracias y la celebración

Fiestas para conmemorar
Dios instruyó a los israelitas a conmemorar, a recordar, traer a la memoria y a contar y volver a contar la historia del primer éxodo cuando él liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto. ¿Por qué nos reunimos, como familias y comunidad, para las fiestas? Principalmente para conmemorar. Necesitamos recordarnos a nosotros mismos la razón eterna de la celebración; debemos “contar la historia” – su historia – y mostrárnosla unos a otros.

Y puede ser muy provechoso contarla. En nuestra comunidad (Pan de Vida, en Múnich), celebramos un gran Séder de Pascua Cristiano todos los años. En esta celebración le pedimos a alguien que “cuente la historia” – la historia de nuestra salvación, nuestro éxodo, de un modo nuevo y refrescante. A través de los años hemos descubierto más y más sobre el éxodo, pues cada quien hace una versión distinta del mismo. Y luego le pedimos a alguien que cuente la historia de nuestra comunidad en el último año – lo que Dios ha hecho con nosotros

Como comunidad, animamos a todas nuestras familias a que tengan una cena de Celebración de Apertura del Día del Señor en sus casa el sábado en la noche como una manera de prepararnos para marcar el Domingo como el Día del Señor – un día consagrado, de atardecer a atardecer, para descansar de nuestro trabajo regular y nuestras actividades para honrar al Señor de un modo especial y darle culto juntos. En la cena de la Celebración de Apertura del Día del Señor podemos contarnos historias de lo que Dios ha hecho por nosotros en el transcurso de la semana. Y por supuesto, cuando leemos el evangelio en una celebración también nos “cuenta la historia”: Recuerden, oh Pueblo de Dios, ¡qué grandes las obras que ha hecho por cada uno de nosotros!

Cuando recordamos las obras del Señor, debemos pensar como si fuéramos partícipes en ellas nuevamente. Como dice la tradición judía, “si no te consideras parte de ella, no estás celebrándola bien”. Esto también nos ofrece una guía para nuestras emociones, no deberían ser una expresión de nuestro humor del momento, sino una respuesta apropiada a la “razón eterna” de nuestra celebración: asombrarnos en la presencia de Dios, gozarnos en su obra de salvación, lamentarnos por el pecado, atentamente al escuchar sus obras. (ver Nehemías 8:9-10).

Fiestas para dar gracias
Segundamente, debemos dar gracias. Puesto que el origen de una verdadera celebración no está en nosotros ni en algo que hemos alcanzado, es lo más apropiado darle honor y gracias al  que “originó” todo, el Señor. Esto es verdad aun cuando celebramos un cumpleaños y honramos  a una persona, pues la persona no pudo hacer nada, solo nacer y no podría existir sin la ayuda de Dios. Es, entonces, apropiado no solo dar honor a quien cumple años, sino también a sus padres y al Señor que la trajeron a la existencia y la hicieron la maravillosa persona que es hoy en día.  Esto también nos evitará caer en un “culto a la personalidad”, que es, de hecho, una perversión de la verdadera celebración.

Fiestas para celebrar
Finalmente, por supuesto, celebramos. Se puede hacer muchas cosas para producir una celebración buena y gozosa: el vestir, la decoración, la música, el arte, una buena cena, la danza, el compartir y conversar unos con otros. Estas se expresan diferentemente en ocasiones más grandes que las pequeñas; pero siempre deberían esforzarse por fomentar una cultura de celebración. Para celebrar bien necesitamos una buena preparación, un buen orden, un sentido de qué es la verdadera belleza y también discernimiento: no es lo mismo, por ejemplo, danzar ante el Señor (como hizo David ante el arca de la alianza) que danzar ante el becerro de oro.

Cuando la Reina de Saba, que no creía en el único Dios, visitó al Rey Salomón, quedó impresionada: por la comida, las ropas de los siervos, la forma en que servían, el orden de la mesa (ver 2 Crónicas 9:3) – ¡ella estaba impresionada por la forma en que sabían celebrar! Ella le atribuyó la sabiduría de Salomón a Dios. ¡Si la corte de Salomón es tan maravillosa, debe tener un Dios maravilloso! ¿Qué podrían decir los demás sobre nosotros?

Observar el Día del Señor
Como un ejemplo de celebración, tomemos el Día del Señor. En una sociedad tradicional (como es en la que to crecí en el norte de Bavaria), el Día del Señor comenzaba el sábado en la tarde. Se limpiaba todo, los niños se bañaban y cesaba el trabajo normal hasta el domingo en la noche. La gente realmente descansaba, no se hacían quehaceres de la casa, no se lavaba el carro, especialmente no se hacían compras y no se hacía ningún otro trabajo. El domingo era genuinamente un día de descanso, una gloriosa interrupción. Y la razón para esto era obvia, todos íbamos a nuestros respectivos servicios en la iglesia el domingo en la mañana. La “razón eterna” era claramente el centro de toda la fiesta. Y, por supuesto, en medio de la liturgia o el servicio recordábamos las obras de Dios y le dábamos gracias. Al final teníamos una comida familiar especial donde nos vestíamos especialmente y había una atmósfera solemne pero no rígida, compartiendo en familia – una verdadera celebración.

En nuestras comunidades tenemos la gran bendición de renovar la cultura del Día del Señor, empezando con nuestra Celebración de Apertura del Día del Señor en la víspera del domingo.

Observar el Día del Señor y celebrarlo bien no son solamente “cosas buenas”. Son vitales. Los estudiosos afirmas que el judaísmo le debe su supervivencia a través de los siglos – de todas las persecuciones, la diáspora sin el templo por casi dos mil años – a la fidelidad en su observancia del Sábado. La celebración familiar del Sábado en las familias y luego reunirse en las sinagogas y guardar el día estrictamente como un día de descanso.

Podríamos ver otras celebraciones del año: las grandes fiestas de nuestra salvación (Navidad, Pascua, Pentecostés), celebraciones de nuestras comunidades y ocasiones personales (aniversarios, cumpleaños, etc). Cuando aprendemos a celebrar bien estas fiestas, nos anticipamos a la única, última y eterna celebración: el banquete de bodas del Cordero (Apocalipsis 21) a la que apuntan frecuentemente las escrituras:

Hará el Señor de los Ejércitos a todos los pueblos en este monte banquete de manjares frescos, un banquete de vinos añejos, manjares de tuétanos y vinos depurados. (Isaías 25:6-8)

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Bernhard Stock, es un talentoso maestro y líder fundador de la comunidad Brot des Lebens (Pan de Vida) en Múnich, Alemania. Está activamente involucrado en la construcción de comunidades en la Región Europea de La Espada del Espíritu y es actualmente el moderador de Asociación Cristo Rey. Tomado de  El Baluarte Viviente, Octubre 2007. Usado con permiso.