por Alina García Hernández

Dios ha bendecido a la Espada del Espíritu abundantemente y de distintas formas. Ha sido su idea que nuestras comunidades existan y vivan de una forma tan peculiar. En nuestras comunidades buscamos vivir radicalmente el llamado en una relación de alianza con otros hermanos.

Nuestras comunidades se integran de familias y solteros. Sin embargo, muchos de los jóvenes que hoy viven este estilo de vida han sido llamados de una manera singular – algo que incluso nuestros fundadores no pudieron experimentar.

Muchos de nosotros hemos llegado a la vida comunitaria sin ser “consultados”, simplemente nacimos o crecimos aquí. Tengo la certeza de que Dios lo quiso así por una razón. Confío plenamente en que hemos sido escogidos de esta manera para ser y para hacer algo especial para Dios.

Me he dado a la tarea de conocer el punto de vista de diferentes hermanos y hermanas que lo han vivido así y voy a publicar una historia cada vez. Esta es la historia de esta semana:

Masiel García, Comunidad Verbum Dei, Mexicali, México

Mi nombre es Masiel García, de Mexicali Baja California, México. Me encanta mi ciudad y todo lo que hay en ella, incluyendo la comunidad en la que nací, Verbum Dei.

Yo siempre he tenido una muy buena memoria a largo plazo, por lo tanto recuerdo muy bien cuando era pequeña e iba a la Iglesia, a las asambleas comunitarias, al grupo de mis amiguitos de comunidad, etc. También recuerdo que decía que me quería morir, algo que asombraba mucho a mi mamá, cuando ella  me preguntó por qué era así, le contesté que era para ver a Dios, porque si los niños al morir se iban derechito al cielo, me parecía una mejor inversión morirme siendo pequeña para no pecar y perder esa oportunidad única… hoy tengo 27 años y sigo aquí.

El amor que sentía por Dios en mi infancia era puro y desinteresado. Había muchas cosas que no comprendía, pero me daba cuenta de algo: el ambiente que yo sentía cuando estaba en las actividades comunitarias era diferente en contraste con mi escuela o reuniones familiares. No sabía por qué, pero me gustaba más estar en la comunidad que en otros lados.

Amaba la comunidad, me encantaba estar ahí, me encantaba. Lo que estaba en el mundo, aunque aún no comprendía bien el significado del concepto, no era lo que yo quería. Yo sabía que Dios había escogido este lugar para mí; primero fue el ambiente, luego fue la paz que experimentaba, luego el refugio, luego el aprender de los cursos y charlas, el saber que mis amigos estaban ahí y que nuestra amistad no estaba fundada en la escuela, ni en la experiencia de la vida comunitaria, sino en que Dios nos había dado en ese momento de nuestras vidas, un llamado especial.

A pesar de eso durante la adolescencia quise salir de la comunidad. La comunidad tenía reglas, muchas reglas, abrumadoras, pero, escuché de un testimonio que la vida en la comunidad, en mi etapa, era como una bicicleta, y la vida una montaña, yo tenía la decisión de subirme a la bicicleta y subir la montaña, o cargar con la bicicleta en mi espalda. Fue una revelación para mí, tenía tres hermanas menores, quería darles el mejor ejemplo, así que me subí a la bicicleta. Mis papás siempre me han dejado decidir sobre mi vida de una forma racional y realista, ellos oraron, confiaron, me educaron pero yo decidí.

Durante la universidad la vida comunitaria, tanto el cuidado pastoral que recibí así como el servicio que pude prestar, fueron pilares en los que basé mi existencia, la moral cristiana era mi brújula, la oración mi refugio. Me equivoqué muchas veces, estoy segura, pero experimenté el amor de Dios. Le entregué mis estudios – amo mi carrera y era buena en eso, pero nunca la puse antes que Él y el servicio – y al final obtuve un resultado sobresaliente en mi examen profesional.

Algunas de mis hermanas de comunidad, mis amigas, no seguían ya en el llamado, yo respetaba sus procesos, sin embargo, sabía que este era mi lugar. Hice 15 meses de misión en el programa de misioneros voluntarios en la Brecha, y de la misma forma, Dios me dio todo. La verdad es qué, me sentía muy consentida. Discerní mi vocación, serví a adolescentes, viajé, conocí. ¿Por qué dudaría? Había muchas cosas que no había cambiado, cosas que no había aprendido, fallaba en la oración, fallaba en dar testimonio y fallaba en evangelizar, pero yo decía: “Pues aquí sigo, y bien, soy honesta”. Tenía mi checklist, todo había hecho. No me faltaba nada.

Después de mi tiempo de misión algunos de mis planes no sucedieron, algunas personas en el llamado me lastimaron, algunas cosas me salieron muy mal. Me sentía perdida, y la vida comunitaria se volvió sumamente difícil. Antes no me había costado aceptar el llamado, era suficientemente inteligente para decir: “Mejor con la bici que sin la bici”. Pero la bicicleta necesitaba reparaciones y tiempo y esfuerzo.

No pensé en salirme, dije, “si sobreviví a todo lo anterior, ¿para qué rendirme ahora?” Pero quería hacer todo con mis fuerzas. Sentía solo silencio, solo desierto, un sol quemante en mi espalda, una sed muy grande. Me vi a mi misma, a mi llamado, lo oré, pedí oración, me confronté y seguí adelante, más porque Dios estaba ahí a mi lado, que por mí. Y fue Dios, quién reafirmó mi llamado, en mi oración, me dijo: “aquí te quiero, no porque sea fácil o porque te guste, o porque se acomode a tus exigencias de la vida, o porque te sirva de refugio, no por lo que tu sacas de provecho, sino porque aquí está tu cruz y tu camino a la vida eterna”. Y la cruz es de verdad.

Hoy sigo creyendo que este es mi llamado,  y lo puedo expresar de muchas maneras. Te regalo esta reflexión hasta este punto en el que te puedo decir, que lo amo, en las buenas y en las malas, yo soy de las hijas comunitarias que lo vivió siempre por las buenas, así que era muy fácil decir que sí, pero es en la adversidad cuando Dios prueba nuestra humildad.

¡Me encanta que no me hubieran preguntado! Doy gracias a Dios por la bendición  de poner en nosotros ese regalo especial para esta vida que pensó, porque nos pensó para vivirla, amarla y defenderla tal cual la causa de Cristo.

Yo soy hija comunitaria y soy hija de Dios.

Alina María García Hernández,  Verbum Dei. Mexicali, México.

Alina García es miembro de la Comunidad Verbum Dei en Mexicali, México. Masiel García es miembro de la Comunidad Verbum Dei en Mexicali, México.